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Un cuento para chuparse los dedos... de risa (?)

Santi me llevó a comer afuera a un restaurant que había probado en Miami y que tiene sucursal en Terre Haute. Entramos a las 3 de la tarde a almorzar y el restaurant acababa de abrir para cenar. Nos sentaron en un box para 2 y a los 30 segundos vino el mozo, que se presentó con nombre y apellido, que no entendimos, y nos avisó que nos iba a servir “tonight” (esta noche). Se arrodilló para quedar a nuestra altura y nos explicó las especialidades de la casa. Nos vendió un margarita que jamás habríamos pedido sin él no nos lo ofrecía con tanto ímpetu y a los 2’ cayó con las bebidas y a seguir charlándolos del menú. Rápidamente nos decidió, con lo cual no sé qué otras opciones hay en ese restaurant, pero lo que pedimos estuvo muy bien servido: primero llegó la guarnición de Santi, que era un cuarto de un repollo cortado con filoso cuchillo, rodeado de otras verduras, panceta y queso azul. Casi en simultáneo, un pancito recién horneado con manteca blanda para untar (que aproveché yo, porque Santi estaba ocupado con su plato). En cuanto Santi terminó su “side” ensalada, llegan los platos de carne con guarnición. Al segundo tenedorazo en mi boca, llegó mi segunda guarnición, que era un plato XL de papas fritas. Al cuarto tenedorazo, volvió el mozo a preguntar si estaba todo bien, si necesitábamos algo más y para avisarnos que volvería dentro de un rato. Uno con la boca llena trata de hacerle señas para explicarle que está todo bien, que se vaya no más. Al quinto tenedorazo, vino el jefe de los mozos para darnos la bienvenida. Este hablaba más pausado, así que dio tiempo de tragar para contestarle y pedirle más limonada (el refill). A los 30’ volvió nuestro mozo con la limonada y se retiró discretamente (después de haber atravesado su brazo por delante de nuestros platos para llegar a dejar la limonada junto con los otros vasos, del otro lado del box). A esta altura teníamos cuatro vasos: el lleno de limonada, el lleno de hielos de la primera limonada, el del margarita con sal gruesa alrededor y el de agua con hielo de rigor. En una pasada mágica, dejó el estuchecito negro con la cuenta. A partir de ese momento tuvimos unos minutos de paz, hasta que Santi supo terminar su plato.


- ¿Puedo retirar, señor? – yo tomando el plato y presto para irse sin molestar – ¿más limonada? – preguntó ya desde atrás mío, porque se estaba yendo prontito para no molestar.

- No, limonada no, agua, por favor.

- Agua y agua- repitió para sí el mozo, al ver que yo sólo tenía hielos en mi vaso.

Trajo el quinto vaso a la mesa, pero mi agua vendría en una jarra, para hacer el refill sobre la mesa y dejar un charco todo alrededor. Con un gesto de “ya vengo con un trapo”, se retiró raudamente. Santi y yo aprovechamos para comer las papas fritas que Santi sacudía sobre el platito de pan pasar sacarles el exceso de sal y pimienta.



- ¿Algún postre? – cayó el mozo, sin el trapo, pero ya no importaba… Yo, con una sonrisa en mis labios, hundía mis últimas papas fritas en el kétchup y las saboreaba de a una pensando en cuando escribiera este cuento. –Aquí está el menú de postres – continuó, mientras estiraba su brazo una vez más por delante de la cara de Santi. Se arrodilló una vez más y le explicó cada opción. Santi, telepáticamente, no me estaba diciendo “pidamos el brownie”, me estaba diciendo “¡este mozo es para la Silvia y Hernán!”

Ante la promesa de retirarse para dejarnos decidir, nos reímos y terminamos las papas. Volvió el mozo.

- ¿Todo bien?

- Sí, aunque las papas un poco saladas.

- Ah. – haciéndose el boludou– ¿Les puedo preguntar de dónde son? ¿De España?

- De Arj…

- Yo tengo una girl –dudó– una girlfriend de España. Sí, sí. Muy divertida, la pasamos bien. Yo viajé por Europa y quiero ir a Sudamérica. Ahora con ella bailamos salsa y merengue porque el baile de acá es un muy – y se puso a hacer unos pasos robóticos con sonido de música tecno que salía de su boca con una mínima eyección de saliva. Se rió y se fue.

Santi y yo, ya no podíamos esconder la risa y miramos el menú de postres y nos decidimos por el brownie. Cuando el mozo vino a buscar el pedido, venía intrigado y nos preguntó qué hacíamos acá. Pude llegar a decirle que estaba estudiando y enseguida nos contó que él también estudiaba y algo más de su vida y me preguntó si cuando volvía a Venezuela iba a enseñar inglés.

Ahí pudimos aclararle que éramos de Argentina y con genuina duda nos preguntó si el carnaval de Brasil también era típico de Argentina. Se fue con el pedido del postre y volvió con la torre de brownie, la nueva cuenta en el estuchecito y unas tímidas palabras en castellano: “HaBLo pokhito”. Sabía que Buenos Aires era una gran ciudad y la comparó con Terre Haute, tiró abajo Terre Haute y dijo que la movida estaba en las grandes ciudades, que eso le gustaba. Confesó que quería probar el vino de Mendoza, no sé qué más y que le gustaban las señoritas (esta última palabra en gracioso español).

En un par de bocados devoramos el postre y volvió el mozo para que Santi pagara. Mientras esperaba la tarjeta aprovechó para conocer nuestra vida más a fondo: si Santi era estudiante, si nos habíamos conocido acá. Santi le explicó que él vino a trabajar acá porque yo venía a estudiar acá. El mozo con asombro dijo:

- ¡Eso fue obra de Dios! ¡Ustedes sí que fueron iluminados! – E hizo un gesto, con ruido y todo, de plato volador aterrizando sobre nuestra mesa con dos luces que nos alumbraban.

Claramente, esa fue una versión libre de “vos tenés más culo que cabeza”. Cuando nos devolvió la tarjeta nos dijo que le encantaba ser nuestro mozo, que la próxima vez pidamos por él, que todos lo conocían por su nombre en español que él se había elegido (suponemos que será Mariano, pero él lo pronunció así: Bariano. Y nos hizo repetir su nombre mientras salíamos a las 4 de la tarde del restaurant y gentilmente nos saludaba con un “Buenas noches”.